Entrevista a Wilson Hernandez
Investigador adjunto de GRADE
Hace unos días compartió una información en la que manifestaba que el consumo de pornografía en Perú mostraba una tendencia en caída, ¿porque considera que sucede? ¿Se podría decir también que ha disminuido la generación de material de abuso sexual de NNA en Perú?
En primer lugar, según Google Trends, desde la cuarentena en el Perú ha disminuido el número de personas que buscan directamente en Google “videos xxx”. Esto no considera a las personas que entran directamente a las páginas pornográficas. Por tanto, hay cierto grupo de personas que han bajado su nivel de consumo. ¿Por qué? Hay varias hipótesis, pero la más lógica es que este tipo de consumidores está más monitoreado en el hogar y no dispone de la facilidad para acceder a este tipo de contenidos.
La generación de material de abuso sexual de niñas, niños y adolescentes durante la cuarentena puede ser analizada desde dos perspectivas. Primero, La oferta disponible sobre material pornográfico de NNA lamentablemente es amplia y siempre ha estado en la web. Segundo, lo que puede haberse frenado es la subida de nuevos videos, pero eso es un problema pequeño si lo comparamos con el material ya disponible. La oferta de este tipo de material no está contenida.
Elmer Cuba, de Macroconsult afirmó que la pobreza aumentará 8 puntos. Es decir, pasaría del 20% al 28%,¿cómo estima que el incremento de la pobreza impactará en los NNA que se encuentran en situaciones de vulnerabilidad?
El impacto puede ser variado. Primero apuntaría a un tema de sostenibilidad alimentaria. Se deteriora la calidad del consumo con la caída de ingresos en los hogares. Hay un segundo tema, que es el educativo. Si bien hay una gran cantidad de estrategias para tratar de que los niños, niñas y adolescentes no pierdan el año escolar, las personas con mayor vulnerabilidad también son aquellas con problemas para conectarse al internet y los contenidos audiovisuales de Aprendo en Casa y las alternativas virtuales de cada colegio. La radio ha sido una salida inteligente para llevar la escuela al hogar. Pero tengamos en cuenta que los contenidos por radio pierden el componente visual e interactivo que propicia el internet. Además, también habría que analizar que los ingresos familiares pueden haber disminuido, afectando a aquellos padres que, por mandato judicial o por voluntad propia, solventaban esta necesidad.
Según INEI más de 1 millón 216 personas en Lima Metropolitana perdieron su empleo en el trimestre comprendido entre febrero y abril, ¿cómo evalúa el incremento de la ESNNA y trata de personas como consecuencia de esta situación?
Es incierto. Siempre habrá alguna persona que busque engañar a un niño, niña o adolescente con motivos de explotación sexual y trata. Pero en términos generales, la cuarentena no debería haber incrementado la estructura de incentivos para que esto suceda más que antes. Mi preocupación actual va por el lado de las niñas, niños o adolescentes que ya se encuentran en esta situación. Si bien lo que conocemos sobre ellos es escaso, pueden estar expuestos a mayor violencia debido a las consecuencias que genera un mayor estrés económico de sus explotadores. Por otro lado, lo que se podría estar dando es una sobreexplotación de estas niñas, niños y adolescentes ni bien exista la posibilidad que esta actividad nefasta se reinicie.
Se ha hablado ya de los riesgos que conlleva el confinamiento respecto a la violencia contra la mujer y otros miembros del hogar, al respecto, ¿qué rol debe cumplir el Estado?
Hablemos de lo que no se está cumpliendo. Lo primero es que no se ha desplegado una mayor capacidad estatal para identificar y luego proteger a víctimas. Los Centros de Emergencia Mujer se declararon servicios no esenciales y solo queda la sobrecargada Línea 100. Las comisarías atienden, por supuesto, pero la prioridad es sanitaria. Y eso ha generado limitantes en la atención. Todos estos servicios son reactivos. Dependen de la propia víctima. No hay estrategias claras de identificación. ¿Dónde hallo a las víctimas? Hay formas. Se debería buscar a las mujeres que en los últimos 6 meses interpusieron denuncias contra sus agresores, al margen que tengan o no medida de protección. Especialmente, aquellas que en los últimos años han acumulado más de una denuncia al mismo u otro agresor. Los datos están. Hay que trabajarlos. Además, en muchas de esas medidas, los jueces ordenan que las agresiones cesen. Es como pedirle por favor al agresor que no le pegue a su pareja. Otra fuente es la Encuesta Nacional de Demografía y Salud Familiar del INEI. Es una encuesta que pregunta a mujeres si sufrieron violencia. Un 10% aproximadamente dice que la sufrió en los últimos 12 meses. En este contexto actual, ellas están en mayor riesgo. En el mismo sentido, deben ser buscadas en su hogar y protegidas por el Estado. E igual debería suceder con quienes han llamado a la Línea 100 en los últimos seis meses. Ubicarlas y buscarlas. Todo esto requiere trabajo intersectorial, iniciando con la Policía. Pero el problema es que la cantidad de policías dedicados a protección familiar se ha reducido puesto que se encuentran actualmente dedicados a los temas de la crisis por covid-19.
¿Existen diferentes perfiles de agresores? Y si así fuera, ¿cuál de ellos es más susceptible de actuar (en el sentido de agresión) en una situación de encierro?
En efecto, existen varios tipos de agresores. Hace un par de años, realizamos un estudio con hombres recluidos en cárceles por delitos que implicaron agresiones a mujeres, incluyendo incluso feminicidios. Identificamos tres tipos de agresores. El primero se puede definir como el más complejo y difícil, pero mucho menos frecuente. A este lo denominamos “violentos en general”. Son personas agresivas con su pareja, con sus círculos cercanos e incluso con terceros. Son los únicos que presentan psicopatologías. Pero, reitero, son pocos. Menos del 5% en nuestra muestra. La cuarentena puede haber intensificado su condición de agresor que antes del aislamiento ya era muy grave e implicaba incluso riesgo de feminicidio.
En el otro extremo, están los denominados “violentos en lo familiar de baja intensidad”. Son personas que solo agreden a su pareja y lo hacen con una frecuencia y severidad bajas. Este grupo es mayoritario entre los agresores. El riesgo con este tipo de agresores es que la violencia escale y acarre consecuencias físicas y psicológicas mucho más fuertes. Mi hipótesis es que este tipo de agresores son los que han aumentado más su ritmo de agresión habitual. El riesgo de letalidad es bajo en este grupo, pero las consecuencias de la violencia no letal son amplias y limitan el día a día de las mujeres en lo social y laboral.
En cuanto a las víctimas, además de hacer la denuncia, ¿existe alguna conducta recomendable mientras las autoridades actúan?
Mientras las autoridades actúan, es deseable que las víctimas busquen sostén legal, psicológico y hasta económico. Si lo encuentran del Estado, mucho mejor. Pero esto no siempre es posible con la calidad deseada. Afrontar una denuncia dura meses y hasta años hasta la sentencia. Se debe fortalecer o acudir a las redes familiares y locales. Y mientras que las redes locales que pueden brindar apoyo escasean, las redes familiares suelen apoyar pero también presionar para que no se quiebre la relación con el agresor por la vergüenza de tener una mujer con hijos y sin un hombre que la cuide. Es también ideal elaborar un plan de seguridad que, basado en evidencia, le permita a la víctima saber qué acciones debe tomar para estar segura. Asimismo, esto incluye saber qué hacer cuando esté en peligro inminente de agresión.
¿Qué rol debe cumplir la sociedad civil en estas circunstancias?
Sumaría a la sociedad civil y al académico. Por el lado de la sociedad civil, creo que es necesario no solamente reportar las cifras, sino decirle con detalle y directamente al Estado qué medidas son probadamente más efectivas para combatir la violencia. En estos dos meses de cuarentena, el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables no ha cubierto las expectativas del hipo de violencia de género que vivimos. Se han emitido un par de decretos legislativos interesantes, pero con utilidad práctica bien limitada. Son poco accionables. Paralelamente, la atención de la crisis sanitaria se ha sobrepuesto al de la violencia familiar y le ha quitado notoriedad a lo que algunos han llamado una pandemia en la sombra.
Desde la academia, habría que poner más atención al tema de violencia, hay muy poca gente investigando el tema a pesar de la relevancia de este. Debería preguntarse cuáles son las intervenciones que funcionan mejor para resolver este problema, tanto a nivel nacional, regional e institucional. La idea es ir más allá de solo brindar recomendaciones generales o de sentido común.
Finalmente, si bien toda solución tiene varias aristas y la mejor forma de responder es hacerlo de forma integral, ¿en qué aspecto de la lucha contra este tipo de violencia debería hacerse más énfasis?
La respuesta es complicada. Existe un montón de aristas que se tienen que trabajar de manera paralela. Pero algo necesario justamente por su ausencia es el trabajo de violencia en parejas adolescentes. En este grupo aún existen posibilidades importantes para cambiar comportamientos a futuro. Cuando se trabaja con mujeres u hombres mayores a 20 años, la posibilidad de cambiar una situación de agresión es mucho más baja. Ya hay habitualidad. Las campañas de comunicación rara vez tiene resultado. Hay que buscar iniciativas pensadas en cambios de conducta, giro de estereotipos e incentivos para el cambio.
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