Nº 302 | SALUD MENTAL Y MIGRACIONES, LA AGENDA PENDIENTE


Foto: Andina

La Organización Mundial de la Salud define la salud mental como un estado de bienestar mental, un elemento fundamental para el desarrollo personal, comunitario y socioeconómico. Depende de múltiples determinantes individuales, sociales y estructurales que en conjunto pueden protegerla o causarle estragos. Las intervenciones de promoción y prevención se centran en identificar estos determinantes con el fin de reducir los factores de riesgo y de crear entornos que favorezcan el desarrollo de una adecuada salud mental[1].

Según datos del Ministerio de Salud (MINSA), desde el 2015 se cuenta con 279 Centros de Salud Mental Comunitaria (CSMC) en todo el país. Su función es brindar atención especializada a usuarios con trastornos mentales y problemas psicosociales graves o complejos, a niñas, niños, adolescentes, adultos y adultos mayores. Los expertos señalan que entre el 20% y el 30% de las personas expuestas a una situación de emergencia de salud puede desarrollar un problema de salud mental. Uno de los priorizados por el MINSA es la depresión[2], de la que solo en el año 2023 se atendieron 280 917 casos. Si bien todas las personas son susceptibles de ver afectada su salud mental hay colectivos especialmente vulnerables: mujeres; niñas, niños y adolescentes y migrantes. Del total de atenciones, el 75.5 % corresponde a mujeres y el 16.5 % a menores de edad[3].

Una encuesta realizada por el Centro de Atención Psicosocial de la Organización Internacional para la Migraciones (OIM) en el 2022 reveló que el 47% de la población migrante y refugiada en Lima y Tumbes sufre de 9 a 18 síntomas diversos de ansiedad y depresión[4]. Sólo en los últimos tres años los CSMC han atendido más de 15,000 personas migrantes[5]. Las situaciones estresantes y traumáticas durante el desplazamiento en condiciones precarias, la amenaza de la detención, la desesperanza y la frustración de ver truncado el proyecto de vida en el país que los recibe, entre otros factores, aumentan la vulnerabilidad en la salud mental de esta población.

En la última década los países de América Latina han sido escenarios de múltiples procesos migratorios, ello debido principalmente a crisis económicas y políticas en los países de origen. Perú no ha sido ajeno a este flujo y ha recibido más de un millón y medio de migrantes de Venezuela, de los que más del 50% tiene entre 20 y 49 años[6], convirtiéndose así en el segundo país con mayor número de población migrante venezolana después de Colombia.

Tomar la decisión de migrar no es fácil. La migración implica un proceso de duelo, pues supone una serie de pérdidas sociales, culturales, materiales, familiares, entre otros aspectos. Cada persona lo enfrenta de manera diferente, dependiendo de cuáles han sido las razones que les ha llevado a migrar, sus redes sociales de apoyo, su nivel de integración e inclusión en la sociedad de acogida, los recursos y condiciones de vida previos y actuales, así como cualquier otra particularidad específica que puede darle más o menos herramientas para afrontar el escenario de cambios que representa migrar de un lugar a otro, dejando atrás todo lo conocido y adentrándose a un terreno incierto.

En abril de este año, CHS Alternativo junto con el Instituto de Estudios Peruanos (IEP) realizaron un estudio a nivel nacional de percepción sobre la población migrante venezolana en el Perú. Los datos son abrumadores: el 61% de la población considera que la inmigración venezolana en el Perú es negativa o muy negativa y el 83% se sentiría inseguro o muy inseguro en un barrio en el que la mayoría de sus habitantes fueran migrantes de Venezuela. De acuerdo con el mismo estudio las palabras que se asocian con los hombres migrantes venezolanos son “malos”, “delincuentes”, “desconfianza”; mientras que con las mujeres se asocian palabras como “mala”, “desconfianza”, “violenta”, “ociosa”, “malcriada” “aprovechada”. Es decir, esta migración se produce en un contexto marcado por situaciones adversas y complejas creadas a partir de narrativas negativas, lo que sumado al dolor propio del duelo migratorio, agrava las consecuencias para la salud mental de las personas migrantes, produciendo en muchos casos episodios depresivos. Ante ello, los programas de cooperación –nacionales e internacionales– han puesto mayor atención a la salud mental de los migrantes, pero sobre todo, parar cubrir las necesidades de las personas en situación de vulnerabilidad y el fortalecimiento de capacidades del personal de salud, como elemento clave para una atención de calidad.

En el Perú, algunas autoridades olvidan que somos descendientes de migrantes, tanto internos como externos, y que no solo somos receptores. Hoy, más de cuatro millones de peruanos/as que son migrantes y residentes en diferentes países del mundo.

Comprender las dificultades y retos de cada migrante, no solo nos humaniza, también nos da un nuevo sentido para comprender y ser empáticos, con sus procesos de adaptación y de dolor al dejar lo propio y explorar nuevos horizontes, la mayoría de veces llenos de incertidumbre.

La salud mental empieza con la aceptación y la comprensión del otro/a. Todos/as merecemos una oportunidad para construir la sociedad de bienestar que hoy el país requiere.


[1] Organización Mundial de la Salud. Salud mental: fortalecer nuestra respuesta. Junio 2022. https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/mental-health-strengthening-our-response

[2] https://app7.dge.gob.pe/maps/sala_salud_mental/

[3] https://www.gob.pe/institucion/minsa/noticias/892900-la-depresion-es-uno-de-los-trastornos-de-salud-mental-mas-frecuentes-en-el-pais

[4] https://peru.iom.int/es/news/oim-peru-refuerza-los-servicios-de-salud-mental-del-ministerio-de-salud#:~:text=Seg%C3%BAn%20una%20encuesta%20realizada%20por,alg%C3%BAn%20s%C3%ADndrome%20de%20esa%20%C3%ADndole.

[5] Ministerio de Salud. 2024.

[6] II Encuesta dirigida a la Población Venezolana (II ENPOVE). INEI, 2022.

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