Si bien el 8 de marzo es un día para celebrar la valentía de las mujeres que luchan hoy de múltiples formas y lucharon por reivindicar muchos de sus derechos, no podemos ocultar la indignación que genera una sociedad que no las reconoce en la plenitud de su condición humana y en el ejercicio autónomo de todos sus derechos. Ya sabemos que, si hablamos de víctimas, la trata de personas en el Perú tiene rostro de mujer. Hoy queremos mirar la otra cara, de la que nadie habla, y que se oculta en la impunidad y la normalización de la sociedad. El rostro que las víctimas ven. Por cada niña, adolescente o mujer explotada sexualmente en el país, hay uno o muchos hombres dispuestos a pagar el precio que los tratantes establezcan por ella. ¿Qué lleva a los hombres a consumir de una industria que explota, veja, humilla y reduce a objetos a tantas jóvenes y mujeres?
Casi siempre la mirada va hacia lo que están haciendo o no las mujeres, como si resolver problemas estructurales de nuestra sociedad estuviera sólo sobre sus hombros. Esto lleva a reforzar la posición asimétrica de poder y facilitar la evasión de responsabilidad del otro 50% de la población del país: los hombres.
Según la publicación “Trata de personas en el Perú: Criminología de actores y perfiles penitenciarios” (CHS Alternativo, 2017), del total de reclusos por el delito de trata de personas, el 59.90% son varones entre los 20 y 59 años de edad, siendo 36 la edad promedio. Lima, Puno, Junín, Cusco, Huánuco y Ayacucho son las regiones donde se registra el nacimiento de la mayoría de internos.
Ante ello, necesitamos una mirada crítica de la masculinidad y de los roles de género, para identificar conductas y dinámicas de interacción social que llevan a seguir construyendo patrones patriarcales y de violencia que afectan a nuestra sociedad en general y que llevan a desarrollarnos en entornos hostiles en vez de espacios que permiten el desarrollo máximo de nuestras capacidades a nivel personal, social y emocional.
En ese sentido más allá de iniciativas individuales de autoanálisis, las cuales se valoran y aportan, es necesario abordar de manera transversal en las estrategias, programas y políticas públicas la cuestión de las masculinidades con una participación desde los hombres y para ellos. Reconstruyendo su género desde la igualdad y el respeto, yendo más allá de las dimensiones visibles como sueldos o presencia en ámbitos públicos, lograremos llegar a aquellas dimensiones que son la base de la convivencia y las relaciones interpersonales igualitarias, que posibilite modificar las actitudes y prácticas de los hombres de manera individual y colectiva.
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