Las pandemias sí saben de géneros


Para evitar el contagio por el coronavirus (SARS-CoV-2), la doctora Adele Teodoro, ginecóloga con consulta privada en Milán, habría podido optar por interrumpir las visitas y encerrarse en casa, como la mayoría de sus conciudadanos. “No he tenido el valor de abandonar a mis pacientes embarazadas”, cuenta. “Hay que hacer revisiones todos los meses. Utilizo todas las medidas de protección necesarias para garantizar unos cuidados continuos”. Sin embargo, esta exposición profesional ha tenido un efecto colateral muy doloroso para su vida privada: la imposibilidad de ver a su padre, que se está muriendo y vive en un pueblo del sur de Italia. “Aunque ahora la ley prohíbe alejarse del municipio de residencia”, explica, “por un motivo tan grave habría podido abandonar Milán. Pero, como médico, ha prevalecido mi sentido de la responsabilidad: ¿cómo podría viajar a una ciudad tan afectada por el virus, sin correr el riesgo de llevarlo a mi familia y a mi pueblo natal?”.

Otra doctora italiana, Federica Brena, contó en su muro de Facebook una confidencia desgarradora que ya ha sido compartida en la red social por más de 55.000 personas: “Al cabo de diez horas respirando en esa mascarilla, me he quitado la armadura de guerra. Sí, porque es como si estuviéramos en una guerra. Yo no he vivido nunca una, pero me la imagino así, una guerra contra un enemigo nuevo y desconocido”. Brena es oncóloga en Bérgamo, la ciudad del norte de Italia que está pagando el precio más trágico: solo la semana pasada murieron 300 personas, y toda la nación se conmovió al ver las imágenes del Ejército escoltando fuera de la ciudad los féretros de las víctimas que ya no caben en el cementerio local. “Los hospitales han quedado reducidos a lazaretos, la sanidad está al borde del colapso”, prosigue Brena. “¿Qué va a pasar con los demás enfermos?”.

Aunque la Covid-19 parece matar más a los hombres (el Instituto Superior de Sanidad italiano ha observado una mortalidad del 7,2% frente al 4,1% de las mujeres), ellas están en primera línea en esta pandemia. No solo porque, en conjunto, representan el 70% de los trabajadores del sector médico, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), un porcentaje que llega al 90% en la martirizada provincia de Hubei. Las mujeres son también las primeras responsables de los cuidados de los niños y los ancianos y, además, su debilidad económica (en Europa el índice de empleo femenino es del 65%, frente al 78% del masculino) se acentúa con la crisis financiera causada por la enfermedad. Y, sin embargo, hasta ahora ninguna autoridad política o sanitaria ha analizado desde una perspectiva de género los efectos y los escenarios del nuevo coronavirus.

Lo ha puesto negro sobre blanco un grupo de expertos en salud pública en un artículo publicado en The Lancet, titulado Covid-19: el impacto de la epidemia según el género. “Reconocer hasta qué punto los focos de las enfermedades afectan de forma diferente a mujeres y hombres”, sostienen sus autores, “es un paso fundamental para comprender los efectos primarios y secundarios de una crisis sanitaria sobre diversos individuos y comunidades, y para crear políticas e intervenciones eficaces y equitativas”.

Es inevitable pensar que el origen de semejante desinterés por el género reside en el dominio masculino en la sanidad. Según el último informe de Global Health 50/50, un colectivo sin ánimo de lucro que promueve la igualdad de oportunidades en el campo de la sanidad, en el mundo más del 70% de los directores de organizaciones sanitarias son hombres. Los investigadores de The Lancet destacan también la escasa representación femenina en las instituciones donde se deciden las estrategias contra la Covid-19 (empezando por la OMS, pero también el equipo especial de la Casa Blanca). Y lanzan una llamada: “Pedimos a los Gobiernos y a las instituciones sanitarias mundiales que tengan en cuenta los efectos de la epidemia de Covid-19 sobre el sexo y sobre el género, tanto directas como indirectas, e incorporen la voz de las mujeres que luchan en primera línea”.

Nos lo enseñan las epidemias del pasado reciente: un enfoque que deje de lado el género, unido a la casi nula presencia de mujeres en las salas del poder, provoca que en semejantes situaciones de emergencia sean más evidentes las desigualdades entre hombres y mujeres, penalizando a estas últimas. Por ejemplo, durante el ébola en África occidental, entre 2014 y 2016, las mujeres estaban mucho más expuestas al contagio por su papel predominante de cuidadoras en la familia y de operadoras sanitarias.

Por último, el capítulo más inquietante para Claire Barnett, responsable de UN Women en Reino Unido, es que existen “pruebas evidentes” de que, en tiempos de precariedad económica e inestabilidad social, explota la violencia de género en el ámbito doméstico. “La epidemia está teniendo un impacto enorme”, reprocha desde China Wan Fei, fundador de una asociación antiviolencia en Jingzhou, en la provincia de Hubei. “Las denuncias por maltrato se han triplicado en el mes de febrero y, según nuestras estadísticas, el 90% de los casos está relacionado con la Covid-19”, declaró en el programa Sixth Tone. Y mientras tanto, las etiquetas #AntiDomesticViolenceDuringEpidemic #疫期反家暴# son de las más debatidas en la red social china Weibo.

En Italia, donde una mujer de cada tres sufre abusos y el 81% de los feminicidios tiene lugar en el silencio de las casas, los centros que acogen a las víctimas observan un descenso neto de las peticiones de ayuda. Según la Casa delle Donne de Bolonia, uno de los centros italianos con mayor tradición, en este periodo de obligado encierro, las mujeres maltratadas sufren más control por parte de sus compañeros abusadores, no tienen libertad para llamar y, ante el peligro sanitario, muchas optan por soportarlo en silencio. En cambio, las que ya han tomado el camino de salida de la violencia conyugal con encuentros, terapias o actividades en los centros, están obligadas a suspenderlo y se quedan solas. También la juez de Milán Maria Letizia Mannella observa que, al principio de la crisis del coronavirus, disminuyeron las denuncias por maltrato. “Aún es pronto para tener datos ciertos, pero podemos decir que la convivencia forzada con los compañeros, maridos e hijos maltratadores en este período hace que las mujeres desistan de llamar o acudir en persona a las fuerzas del orden”.

Hacia finales de año podrían llegar respuestas más completas sobre cómo la catástrofe sanitaria condiciona la salud y la existencia de las mujeres. Diah Saminarsih, asesora de género de la OMS, ha anunciado que ya se está realizando un estudio. Mientras, Soumya Swaminathan, científica jefe de la OMS, espera conseguir que haya, por lo menos, un resultado positivo en estos momentos tan duros y tensos: “Puede ser la oportunidad para arrojar por fin luz sobre las mujeres como cuidadoras en casa, un papel pocas veces reconocido, apreciado y retribuido”.

Fuente: El País

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