El calentamiento global agrava las condiciones de vulnerabilidad de la personas, exponiéndolas así a una serie de peligros, entre ellos, las diversas formas de explotación humana.
En 2016, un estudio realizado por la Universidad de Yale señalaba que el 40 % de adultos en el mundo no había oído hablar del término «cambio climático». Tres años después, todo apunta a que esa cifra es menor. Sin duda, el tema del cambio climático ha ido ganando terreno en los medios de comunicación, en parte por las campañas de concientización desplegadas a nivel mundial, pero, sobre todo, por las consecuencias del calentamiento global que se van haciendo cada vez más evidentes e inocultables a la opinión pública.
El más reciente hecho que ha vuelto a poner el tema en debate ha sido el prolongado incendio que -en estos momentos- viene azotando vastos sectores de la Amazonia. La importancia de los árboles radica en que son uno de los principales sumideros de dióxido de carbono: solo los bosques de esta zona producen un 20 % del total de oxígeno que hay en el mundo.
Pero, ¿cuáles son los impactos directos e indirectos? Los primeros son los más visibles, como el descongelamiento de los polos, la pérdida de especies o el aumento de temperaturas en algunas regiones del orbe. Los efectos indirectos, en cambio, menos conocidos, son aquellos que tienen incidencia en la vida diaria de las personas. Así, el cambio climático tiene un impacto negativo en la salud, la educación, el trabajo, inclusive la economía. Según un informe del Observatorio de Desarrollo Sostenible y Cambio Climático, se estima que las pérdidas acumuladas en América Latina, entre 1970 y 2080, serán de 81 mil 435 millones de dólares. Entonces, la suma de estos cambios provoca una cada vez mayor fragilidad social, en particular en aquellas que ya se encuentran en situación de vulnerabilidad.
El calentamiento global, en consecuencia, provoca el aceleramiento del cambio climático y, este, a su vez, agrava las condiciones de vulnerabilidad de la personas, exponiéndolas así a una serie de peligros, entre ellos, las diversas formas de explotación humana.
Una de estas nuevas condiciones es la aparición del denominado «refugiado climático», aquel poblador que se ve obligado a migrar o evacuar por los cambios significativos de su entorno. Estas personas afectadas por el cambio climático son, entonces, potenciales víctimas de trabajo forzoso, trata de personas y de otras formas de explotación. Las estimaciones indican que, en el 2050, habrá mil millones migrantes de este tipo.
¿Qué hacer entonces? Según los expertos, nos queda mitigar sus efectos y adaptarnos a la inevitabilidad de los cambios. En tal sentido, los países del primer mundo, aquellos que lideran la emisión de gases de efecto invernadero, son los primeros que tendrían que comprometerse a transitar a una economía baja en carbón y a una mayor inversión en energías renovables. En el caso de América Latina, por ejemplo, que contribuye con menos del 10 % de emisión de gases de efecto invernadero, hay casos como el de Costa Rica, donde 50 mil propietarios rurales reciben un pago anual por conservar los bosques de sus fincas, como reconocimiento económico por el valor de los servicios ambientales de protección de las aguas, conservación de la biodiversidad y captura de carbono.
El cambio climático es, en sí, irreversible. Por tanto sus consecuencias también lo son. Frente a ello, sin embargo, queda mucho por hacer a fin de aliviar y, de alguna forma, controlar sus impactos. Como se ha visto, existe la paradoja que aquellos zonas del mundo que menos contribuyen con la emisión de gases de efecto invernadero como África, parte de Asia y América Latina- son, en tanto más pobres, las que más sentirán sus consecuencias. Perú, donde albergamos el 70 % de los glaciares tropicales del planeta, ha sufrido en los últimos 50 años la pérdida del 49 % de sus hielos.
Sin duda, la situación de vulnerabilidad, que sienta las bases de un terreno de potenciales víctimas, se agrava con el cambio climático. En nuestras manos está tanto incrementar como mitigar sus efectos. Por tanto, dañar al medioambiente, no cuidar nuestro entorno, es ponernos en peligro a nosotros mismos, es exponernos, de una manera u otra, ante el peor de los depredadores: el ser humano.
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