Boletín Nº 77: El Caso Jhinna Pinchi


En el Perú, una visita al peluquero puede terminar en un caso de explotación sexual. Una mañana del 2007, la universitaria tarapotina Jhinna Pinchi quiso retocarse el cabello para las fotografías que adjuntaría en su currículum vitae. Al verla joven y atractiva, el peluquero le ofreció un trabajo en otra provincia. Jhinna, deseosa de superar el desempleo -como tantos otros miles de ciudadanos en el país-, se puso en sus manos sin hacer mayores preguntas.

Días después conocería la verdad en las peores circunstancias: debía entregar su cuerpo a los clientes de La Noche, un sórdido nightclub de Piura. Ni siquiera tuvo tiempo de negarse: fue prácticamente secuestrada y encerrada en una miserable habitación de la que solo salía en las noches para servir de compañera sexual a los clientes.

Así fue explotada por dos años.

No solo tenía prohibido salir a las calles de una ciudad que no conocía: sus captores poseían sus documentos de identidad y nadie parecía creerle cuando ella contaba que estaba en ese lugar en contra de su voluntad, engañada y retenida bajo amenazas.

Ella tampoco era la única: algunas de sus compañeras también le narraban historias similares a las suyas: jóvenes provincianas -algunas provenientes de caseríos, lugares que ni figuran en el mapa- captadas con falsas ofertas de trabajo. Desesperadas, muchas de estas señoritas buscaban ahogar su drama en el alcohol y las drogas, las cuales obtenían dentro del nightclub.

Cuando decimos señoritas también nos referimos a menores de edad.

Como aquella adolescente de dieciséis años a quien Jhinna Pinchi consoló durante la temporada que duró su encierro: casi se convirtió en su madre dentro de ese infierno.

«¿Cómo podían las autoridades piuranas hacer algo por nosotras si ellas mismas eran clientes del nightclub? Fiscales, jueces, altos mandos de la policía solían venir a este local. Incluso eran los que tenían más privilegios: a ellos se les entregaban las chicas más jóvenes y bonitas, las más cotizadas», señala hoy Pinchi.

Así fue como los criminales se fueron ganando su impunidad: canjeando favores sexuales a través de mujeres inocentes.

Jhinna Pinchi se escapó del nightclub en el 2009. Lo hizo aterrada. Había escuchado que la iban a desfigurar y colocar droga entre sus ropas para que nadie se preocupara por ella cuando la policía descubriera su cuerpo. Para ese entonces la joven sabía que le colocaban alucinógenos y sedantes en sus comidas y bebidas: era una de las estrategias que se utilizaba en La Noche para doblegar a las víctimas. La otra táctica era amenazarlas directamente. Decirles que sus familiares serían asesinados si ellas intentaban fugar.

Pinchi no soportó más. Se trepó a una escalera y desde los muros del local pidió auxilio a los transeúntes. La cocinera del nightclub, Francisca Machare Ramírez, solicitó a los feroces guardianes que la dejasen salir porque no era conveniente el escándalo.

Tenía razón: apenas un tiempo atrás otra joven víctima, presa de un ataque de nervios, había intentado fugar de la misma manera y se había partido el cuello. Por unos días su muerte pública inquietó a los criminales del lugar. Con recelo, Pinchi salió por la misma puerta por la que había entrado.

La involuntaria salvadora de la joven no pudo evitarse la muerte a sí misma: la señora Machare sufrió un accidente mortal algún tiempo después cuando se preparaba a declarar en contra del dueño de La Noche, Carlos Chávez Montenegro.

Inexplicablemente, a las autoridades de Piura le tomó dos largos años revisar su caso: ante el peso de las evidencias y la presión de CHS y la Defensoría del Pueblo, recién el 4 de agosto de este año el Ministerio Público de esa ciudad solicitó 35 años de cárcel para Chávez por los delitos de trata de personas, proxenetismo y rufianismo. En el dictamen también se pidió prisión para otros cinco empleados del nightclub, entre ellos a su administrador.

Actualmente Jhinna Pinchi se encuentra en terapia psicológica y permanece refugiada en alguna parte del país. Naturalmente, teme por su vida.

 

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